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El murmullo de la mar

Por: Rodolfo Ramírez Soto

“Pero hoy estamos aquí escuchando el murmullo de la mar

que es el morir”
J. W.

[El 8 de noviembre del 2005 tuve la oportunidad de conocer y entrevistar al gran poeta peruano José Watanabe. Curiosamente el contenido de dicha entrevista por diversos motivos jamás se llegó a publicar. Luego, al enterarme en abril del 2007 de su lamentable fallecimiento, retomé tal material y, en un intento de homenaje póstumo, redacté una reminiscencia para un medio virtual de lo que fue aquella entrevista. Una vez más el trabajo no pudo ser publicado, como si el destino me hubiese vedado para dar testimonio de aquella conversación.

Tres años después de aquel encuentro hice también un tercer intento de hacer públicas estas líneas con la esperanza de poder conmemorar con ellas, por fin, al poeta en el segundo año de su muerte. No obstante, una fiera labor editorial destrozó el texto y convirtió de nuevo en fallido el intento de publicación. Hoy, sin mayor motivo, las dejo aquí entre estas entrevistas Impresentables; acaso quizá con el mismo ánimo del náufrago que tira su botella al mar]

Uno no repara en tantas cosas cuando conoce a alguien –por ejemplo que ese alguien morirá–, que son entonces muchas cosas las que uno deja sin hacer cuando conoce a  alguien…

Las noches de Miami, las que no se atraviesan erótico, electrónico y ebrio en South Beach, son más bien lentas, largas y aburridas. Sin embargo, esa noche de noviembre, a pesar de ser una noche como todas: despejada, estrellada y calurosa, sería para mí una noche diferente, una noche memorable, pero ¿quién repara a tiempo en esos pequeños detalles?…

Yo, que me había auto exiliado en la Ciudad del Sol –¿qué mejor ciudad?– para alejarme voluntariamente de todo lo que fuera poesía o literatura, me encontraba reincidiendo y alistándome, después de mucho tiempo, para asistir de nuevo a una actividad cultural…

Las Primeras Jornadas Poéticas de Miami fueron organizadas por el Centro Cultural Español y, además de José, participaron en ellas Manuel Borras (el editor español de “La piedra alada”); Orlando González Esteva; Eugenio Montejo; Eduardo Mitre y Darío Jaramillo Agudelo.

Una larga cadena de coincidencias fue la culpable de que obtuviera el permiso de entrevistar y la posibilidad de conversar con los poetas invitados. Tendría apenas unos minutos antes de iniciar el evento para charlar con todos ellos, lo que de entrada no me permitía pensar en hacer sesiones muy largas.

Salí del lugar donde me alojaba y me encaminé a la Biscayne Boulevard; en uno de sus paraderos tomé la Guagua que se dirigía por la ruta número 8. Durante el trayecto pensaba qué le preguntaría a cada uno de los bardos visitantes, la cuestión resultó darse de manera tan inesperada que no tuve mayor tiempo para preparar las entrevistas, la verdad me preocupaba más de cuadrar preguntas que resaltaran la novedad del evento en una ciudad tan curiosa como esa –¿sabían que un chiste callejero cuenta que lo bueno de Miami es que queda muy cerca de los Estados Unidos?–, que de preguntar por el trabajo poético o por cualquier otro ítem de mayor interés. De haber sospechado que aquella sería la primera y última vez que yo tendría la oportunidad de charlar con José Watanabe, seguramente que mis preguntas tratarían de haber sido inteligentes, incisivas. Lamentablemente no lo fueron. ¿Quién cuando conoce a alguien imagina que ese alguien pronto morirá?… son tantas entonces las cosas que uno deja sin hacer cuando conoce a alguien.

Yo ahora no tengo la posibilidad de entrevistar a José de nuevo: lo que no se hizo no se hizo (como decía el abuelo); ya no puedo mejorar mis preguntas. Apenas tengo las respuestas que él me dio aquella noche, respuestas que, para mi fortuna, encubren con su inteligencia la trivialidad de mis interrogantes.

Llegué temprano a Coral Gables, tan temprano que a pesar de lo larga que resultaba la caminata obligada desde el lugar en que me bajé de la Guagua hasta la Douglas Road, a mi llegada el salón destinado para el evento aún se encontraba desnudo de decorado. Fui testigo entonces de su transformación. De a pocos las luces se encendieron y los organizadores lo fueron habitando de un incesante movimiento: trasteaban mesas, colocaban sillas, extendían manteles, colgaban pendones. Todos se movían de un lado a otro, todos cargaban algo.

Finalmente, cuando ya sólo restaba esperar que llegara la gente, Luisa se acercó a mi –la coordinadora de comunicaciones del CCE– y me preguntó si yo era el de las entrevistas. Me hizo saber del tiempo que disponía para realizar mi trabajo y me llevó a la pequeña biblioteca que tiene el centro en su parte de atrás, lugar destinado y acondicionado para que charlara cómodo y tranquilo con los invitados.

Instalado en la biblioteca vi la llegada de los poetas, se acercaban en parejas y hablando entre ellos. De todos José era el único acompañado de una chica joven que no se despegaba de su lado, donde él estaba ella estaba como un pensamiento recurrente, como una sombra bella y sonriente. No supe quién era ella, la verdad –aunque me intrigaba su insistente estar ahí a su lado– no me atreví a preguntarlo cuando por fin nos encontramos solos hablando:

¿No te sorprendió que te invitaran a unas jornadas poéticas en Miami, una ciudad más relacionada con el turismo y el desparpajo que con la actividad cultural?

 Si, honestamente si, no voy a mentir, al comienzo me sorprendió la invitación. Después algunos amigos míos de Lima, que habían vivido aquí, me dijeron que en esta ciudad había un movimiento cultural bastante interesante que hacía que no todo en ella fuera vitrina del consumismo. Me contaron que se organizan actividades en las universidades, en los consulados, en entidades como ésta y en algunas otras más que van surgiendo.

Y según lo que has podido apreciar desde tu percepción de extranjero ¿crees que actividades como estas jornadas poéticas sean la semilla de una actividad cultural más fuerte en el futuro?

 Ojalá. Yo creo que toda ciudad grande y cosmopolita, como esta, debe tener también un importante desarrollo cultural. No obstante, como no vivo aquí no dispongo de los elementos de juicio necesarios para darte una respuesta que se pueda alejar del campo del deseo y tocar acaso alguno otro más tangible. Me gustaría que así fuera, lo considero necesario, pero ese desarrollo depende de que los habitantes de la ciudad apoyen este tipo de actividades iniciales que empiezan a intentar sacar adelante las entidades culturales.

Lo que si te puedo asegurar es que un encuentro de poesía, en cualquier lugar del mundo, propicia el fortalecimiento y el enriquecimiento de una lengua. En este caso de nuestra lengua, el español. En ese sentido las Jornadas Poéticas resultan doblemente importantes porque no sólo propician el desarrollo cultural de la ciudad sino porque permiten crear un espacio de fortalecimiento, acaso de rescate, del lenguaje, cuyo mal uso parece ser que es una constante en Miami.

Imagino  que  en  Lima  es  mucho  más  agitada  la  actividad  poética.

Bueno, esto casi que ya es un lugar común decirlo, Perú tiene la ventaja de tener una gran diversidad de lenguajes poéticos. Esto se debe a que en mi país, y creo que en toda Latinoamérica, la tradición española es una de nuestras tradiciones, pero tenemos la posibilidad y la flexibilidad de ir fácilmente a otras tradiciones: la italiana, la anglosajona, la francesa, etc. Todo esto se recrea con la tradición española y entonces allí nace la diversidad de poéticas. En Perú no hay ningún poeta que se parezca a otro.

Y dentro de esa diversidad de poéticas ¿qué tanta es la participación de las nuevas voces, de los jóvenes?

Mucha. Perú produce generaciones a veces de modo exagerado. Cada cinco o diez años hay una generación nueva. Hay muchas voces, actualmente en mi país hay una gran efervescencia por la poesía. No solamente en Lima, hay muchas revistas que difunden el quehacer literario de las provincias. Eso me conmueve y me alegra mucho ya que me da la seguridad de que la poesía tiene su porvenir y su permanencia asegurados en mi país.

Lo que no puedo darte son nombres ya que no estoy al día con eso, pero puedo asegurarte lo que digo porque como jurado que he sido de algunos premios de poesía, importantes en el Perú, he notado la gran cantidad de trabajos que llegan a ellos. Y bastantes de muy buena calidad.

Cuéntame  de  esas  publicaciones  que  difunden  la  actividad  poética.

En general hay pocas revistas de literatura; aunque vale mencionar que pocas es relativo si tenemos en cuenta que en un país como el mío no se obtiene ninguna clase de apoyo para este tipo de publicaciones: Está Formix; Ajos y Zafiros –­por el verso de Eliot–; Dedo Crítico; Hueso Húmero –­por el verso de Vallejo–, etc. En definitiva hay varias pese a lo complicado que resulta hacerlas y mantenerlas.

De lo que sí adolece el Perú es de un empobrecimiento de los Suplementos Culturales y eso es muy lamentable, en el pasado hemos tenido muy buenos suplementos, pero parece ser que los dueños de los periódicos por no encontrar rentables estas publicaciones han decidido no invertirles recursos y aquello ha terminado por darle un perfil muy bajo a los suplementos, así como a las páginas culturales que resultan ser muy  pobres; me refiero a pobres de calidad, porque en el Perú, a pesar de que las actividades culturales tampoco encuentran apoyo –lo mismo que le pasa a las revistas–, ni en el sector estatal ni en el privado, la actividad cultural es sumamente nutrida. Tu miras la agenda cultural de mi país y parece la de un país desarrollado: exposiciones, obras de teatro, presentaciones de libros, lanzamientos de revistas, etc.

Una de las actividades que se promociona dentro de estas jornadas es la presentación de tu libro: La piedra alada. Por qué no me hablas un poco al respecto de él.

Es mi más reciente poemario [reciente para la fecha en la que hablamos –noviembre del 2005– después vendría uno más: Banderas detrás de la niebla, publicado en el 2006] y ha tenido una gran suerte en España en donde ya lleva ocho meses entre los más vendidos. Una aceptación que yo no esperaba realmente.

El libro tiene varias secciones pero la principal es sobre piedras. Piedras con las cuales yo alguna vez topé en la vida y con las cuales he convivido, por ejemplo: la piedra que está en medio del río de mi pueblo, Laredo, a esa piedra subíamos de niños para secarnos o reposar después de bañarnos.

Yo considero que las piedras son, de alguna manera, una especie de memoria. Una más sólida, más permanente que la memoria humana. Yo creo que aquella piedra del río guarda mi recuerdo de cuando yo era niño.

Entonces casi todos los poemas del libro son sobre piedras que nos guardan en su interior, en su intimidad, y con las que yo he tenido interacción de alguna manera en algún momento de mi vida.

Una visión un tanto panteísta de las piedras, ¿no?

Si. Yo tengo tendencia al panteísmo, por lo tanto pienso que las piedras son animadas, son vivas, y que a pesar de su rigidez y dureza en el centro tienen algo, alguna sensibilidad.

Entonces sonaron en la puerta unos golpes que, aunque suaves, resultaban ser rápidos y nerviosos. Inmediatamente después entró en la biblioteca uno de los organizadores del evento anunciándonos que la entrevista debía terminar. José se levantó lento y, sonriendo, se acercó hasta mí, me extendió su mano y entre ella apretó la mía. Así nos despedimos. Eso fue todo; así se me reveló el murmullo de la mar, en un instante para el que no tuve ojo.

Al pasar el umbral de la biblioteca le vi reencontrarse con su sombra bella que del otro lado de la puerta lo esperaba. ¿Quién sería ella? Juntos se fueron caminado lento tal y como caminando lento habían llegado. Los dos sonreían. Los seguí con mis ojos y fui dejando de verlos hasta quedarme solo allí donde estaba.

Todos se fueron yendo al inicio del evento. Yo me quedé pensando en las últimas palabras que le escuché a José. Aún pienso en ellas ahora que le recuerdo. ¿Serán en verdad sensibles las piedras? ¿Nos recordaran? Ojalá que José tenga razón pues total: ¿Qué recuerdo hay que sea más perenne que el que se encuentra en el centro de una piedra  alojado?

Cinco poemas de José Watanabe

(Laredo, 17 de marzo de 1945 – Lima, 25 de abril de 2007)

 

Poema trágico con dudosos logros cómicos

 

Mi familia no tiene médico

ni sacerdote ni visitas

y todos se tienden en la playa

saludables bajo el sol del verano.

 

Algunas yerbas nos curan los males del estómago

y la religión sólo entra con las campanas alborotando los

canarios.

 

Aquí todos se han muerto con una modestia conmovedora,

mi padre, por ejemplo, el lamentable Prometeo

silenciosamente picado por el cáncer más bravo que las

águilas.

 

Ahora nosotros

ninguno doctor o notable

en el corazón de modestas tribus,

la tribu de los relojeros

la más triste de los empleados públicos

la de los taxistas

la de los dueños de fonda

de vez en cuando nos ponemos trágicos y nos preguntamos

por la muerte.

 

Pero hoy estamos aquí escuchando el murmullo de la mar

que es el morir.

 

Y este murmullo nos reconcilia con el otro murmullo del río

por cuya ribera anduvimos matando sapos sin misericordia,

reventándolos con un palo sobre las piedras del río tan

metafórico

que da risa.

 

Y nadie había en la ribera contemplando nuestras vidas hace

años

sino solamente nosotros

los que ahora descansamos colorados bajo el verano

como esperando el vuelo del garrote

sobre nuestra barriga

sobre nuestra cabeza

nada notable

nada notable.

 

De: Álbum de familia (1971)

 

Animal de invierno

 

Otra vez es tiempo de ir a la montaña

a buscar una cueva para hibernar.

 

Voy sin mentirme: la montaña no es madre, sus cuevas

son como huevos vacíos donde recojo mi carne

y olvido.

Nuevamente veré en las faldas del macizo

vetas minerales como nervios petrificados, tal vez

en tiempos remotos fueron recorridos

por escalofríos de criatura viva.

Hoy, después de millones de años, la montaña

está fuera del tiempo, y no sabe

cómo es nuestra vida

ni cómo acaba.

 

Allí está, hermosa e inocente entre la neblina, y yo entro

en su perfecta indiferencia

y me ovillo entregado a la idea de ser de otra sustancia.

 

He venido por enésima vez a fingir mi resurrección.

En este mundo pétreo

nadie se alegrará con mi despertar. Estaré yo solo

y me tocaré

y si mi cuerpo sigue siendo la parte blanda de la montaña

sabré

que aún no soy la montaña.

De: Cosas del cuerpo (1999)

La piedra del río

 

Donde el río se remansaba para los muchachos

se elevaba una piedra.

No le viste ninguna otra forma:

sólo era piedra grande y anodina.

 

Cuando salíamos del agua turbia

trepábamos en ella como lagartija. Sucedía entonces

algo extraño:

el barro seco en nuestra piel

acercaba todo nuestro cuerpo al paisaje:

el paisaje era de barro.

 

En ese momento la piedra no era impermeable ni dura:

era el lomo de una gran madre

que acechaba camarones en el río. Ay, poeta,

otra vez la  tentación

de una inútil metáfora. La piedra

era piedra y así se bastaba. No era madre. Y sé que ahora

asume su responsabilidad: nos guarda

en su impenetrable intimidad.

 

Mi madre, en cambio, ha muerto

y está desatendida de nosotros.

 

De: La piedra alada (2005)

 

La  piedra  alada

 

El pelícano herido, se alejó del mar

y vino a morir

sobre esta breve piedra del desierto.

Buscó, durante algunos días, una  dignidad

para su postura final:

acabó como el bello movimiento congelado

de una danza.

 

Su carne todavía agónica

empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus huesos

blancos y leves

resbalaron y se dispersaron en la arena.

Extrañamente

en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,

sus gelatinosos tendones se secaron

y se adhirieron a la piedra

como si fuera un cuerpo.

 

Durante varios días

el viento  marino

batió inútilmente el ala, batió sin entender

que podemos imaginar un ave, la más bella,

pero no hacerla volar.

De: La piedra alada (2005)

 

Responso  ante  el  cadáver  de  mi  madre

 

A este cadáver le falta alegría.

Qué culpa tan inmensa

cuando a un cadáver le falta alegría.

Uno quiere traerle algo radiante o gustoso (yo recuerdo

su felicidad de anciana comiendo un bife tierno),

pero Dora aún no regresa del mercado.

 

A este cadáver le falta alegría,

¿alguna alegría aún puede entrar en su alma

que está tendida sobre sus órganos de polvo?

 

Qué inútiles somos

ante un cadáver que se va tan desolado.

Ya no podemos enmendar nada. ¿Alguien guarda todavía

esas diminutas manzanas de pobre

que ella confitaba y en sus manos obsequiosas

parecían venidas de un árbol espléndido?

 

Ya se está yendo con su anillo de viuda.

 

Ya se está yendo, y no le prometas nada:

le provocarás una frase sarcástica

y lapidaria que, como siempre, te dejará hecho un idiota.

 

Ya se está yendo con su costumbre de ir bailando

por el camino

para mecer al hijo que llevaba a la espalda.

Once hijos, Señora Coneja, y ninguno sabe qué diablos hacer para que su cadáver

tenga alegría.

 

De: Banderas detrás de la niebla (2006)